Leve razón de espera.
Y cambio las mareas de sofocos
por caricias claves en el cónclave podrido de mi vientre,
releo las escrituras de un libro amarillo de olvido,
dejo a un lado las imágenes que me rodean.
Suplico a los vientos que,
al menos,
sigan moviendo su olor a traición,
que parezca eternamente que voy a morir de asfixia,
que voy a perder la poca elocuencia que guardaba
por no darme cuenta de que,
cuando hablo de mis errores,
le empiezo a hablar a él.
20.3.12
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