Letanía.
De terciopelo rojo,
cubriendo los accidentes pasionales,
dejando huellas de tactos imperecederos en las ventanas de esparto.
Se deshila entre los jadeos de la conciencia fustigada,
reconstruye el sudor de la calma, apoyada,
en las aceras estancadas del nunca llegado invierno;
se ablanda sobre la terca ubicación
del paraíso subordinado al hielo,
sumiso al calor colindante de las manos arqueadas
por aminorar el ritmo de las flores muertas,
sin tumba que decorar.
De seda azul,
haciendo testigo al viento
entre el silbante silencio del sueño
para saciar el suicidio simétrico
subyacente al sumbrío suceso de ser;
se reconcóme los bordes negros de la experiencia.
Implosiona, se nubla, se vuelve tela vaga,
se amarra los lazos a la cuadratura del miedo,
-se asusta de su movimiento-,
se encarna en una bestia solapada de ojeras
y versos gritados entre las garras de algún humano
que le quiso poner de tapíz en el techo.
De besos de marca blanca.
De caricias sombreadas a verde.
Del suelo que no pasa del marrón.
Del zumbido transparente...
Vivo.
Sin más voz ni más tragedia que la de no saberme acompasar.
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