Equinoccio de papel.
Una invisible niebla serpenteando por
los estribos de mis agallas,
una mueca convexa aterciopelada en la silueta
de mi estricto cambio de parecer,
un corre-ve-y-dile a los espejos
los días pares de barro en la mirada,
un nudo marinero en los pies
y cientos de lazos sueltos en la cabeza.
La tormenta perfecta en pleno éxtasis,
el paso cansado del tiempo
someramente más joven que yo
y éste disentimiento enjaulado
en hectáreas de bolsas negras en tardes tranquilas,
en quemaduras adyacentes con reliquias de gritos a plena luz.
El cabecero bañado en el veneno
de una serpiente milenaria,
y la cara escondida ante la posibilidad de que
cuando me encuentres
haya perdido todo su color.
Una sonrisa velada,
unos ojos de madera,
manos de porcelana y el corazón podrido de latir.
El despertador incendiado de los domingos
que retuercen sus esperanzas en los segundos apartados
de las segundas partes que no hacen por llegar.
8.7.12
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